Así una y otra vez hasta que cubramos toda la habitación. Según veamos que va fraguando y comienzan a aparecer grietas, rociamos con agua la superficie afectada mediante el aspersor y le aplicamos la llana de plástico, tal y como hicimos en la entrada anterior. De esta manera, las eliminamos de momento y damos uniformidad a la capa de mortero. Para evitar que sigan saliendo grietas hay que regar regularmente durante las siguientes 24 (si hace un tiempo más bien fresco) o 48 horas (si hace calor).
Es interesante señalar que si somos ágiles y no tardamos mucho entre una carretilla y la siguiente, el cemento no habrá fraguado todavía y se mezclarán bien las sucesivas descargas. Si nos retrasamos demasiado (por que nos tomamos un descanso, nos vamos a comer o lo que sea) ya no se podrán mezclar y quedará una marca evidente. Pero en nuestro caso no es muy importante, ya que este suelo no quedará a la vista.
Una vez terminada esta habitación procedimos a repetir toda la operación en el pasillo y las otras estancias del piso superior. Básicamente, el proceso fue el mismo con la diferencia de que en el pasillo, allí donde desemboca la escalera y que mide poco más de un metro de ancho, en vez de poner mallazo, pusimos unas cuantas varillas de hierro, las cuales unimos entre sí con alambre.
Por otro lado, en el espacio que ocupaban las habitaciones levantamos solo el 60% de las baldosas viejas, ya que el suelo bajaba tanto de un lado que hubiera necesitado el doble de cemento para nivelarlo. Quitamos un tabique de en medio y colocamos un par de placas de mallazo que cubrieron el 70% de la superficie, volcando a continuación la mezcla de mortero y arcilla expandida de que os hablé en la entrada anterior.
Después de un par de semanas de arduo trabajo habíamos conseguido arreglar el desaguisado que crearon los ¿profesionales? que montaron este suelo.
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