Una vez terminado el espacio principal de la cocina nos quedaba por arreglar un pequeño cuartito adosado, en el cual habíamos tenido anteriormente el frigorífico y donde ahora íbamos a poner la lavadora. Este cuartito era igualmente una construcción añadida a lo largo del tiempo sobre la terraza y había tenido dos puertas, una de acceso a ésta y otra para la cocina. Esta última la habíamos quitado hacía mucho, pero seguíamos manteniendo su marco, el cual tuvimos que reducir un poco (para que pasara la lavadora) y forrarlo con unos listones de madera barnizados y clavados sobre él. La otra, que estaba muy deteriorada por las inclemencias del tiempo, la quitamos y la anulamos (era poco funcional) con un tabique de bloques de vidrio, que producen la impresión de una pared consistente, pero dejan pasar la luz.
Los bloques de vidrio son muy prácticos para cerrar un espacio, permitiendo, a la vez, que la luz lo ilumine. Los hay de muchos colores y de distintos formatos, con lo que se pueden adaptar a todos los gustos. Hay distintos sistemas de colocación y uno de los más sencillos es el que nosotros elegimos, consistente en la utilización de unas guías de aluminio verticales y horizontales, clips de sujeción y silicona de agarre.
Lo primero que hay que tener es una superficie plana y nivelada, del ancho de los bloques, sobre la que trabajar. Se puede conseguir con unos listones de madera pegados y/o atornillados al suelo. Sobre esta base se atornilla una guía horizontal, se coloca el primer bloque pegándolo con la silicona, se pone en su lateral una guía vertical y se pega el siguiente bloque. Terminada la primera hilera se pone otra guía horizontal, que se pega y encaja contra la pared con los clips. Se sigue así hasta cerrar todo el espacio y entonces se rellenan las juntas con un mortero de rejuntado (aplicado con llana de goma) o una silicona (con aplicador). Se quita el exceso con una esponja húmeda cuando empieza a secarse.
Las paredes pensábamos pintarlas en rojo (dos lados) y en blanco (los otros dos). Pero nos habían sobrado unos cuantos azulejos de la cocina y decidimos aprovecharlos para realizar un pequeño experimento visual, cubriendo uno de los tabiques con ellos, hasta donde
llegaran. Así, puse las
primeras hileras en forma de rombos, con los azulejos enteros, luego los
fui rompiendo en dos, tres o cuatro cachos, para al final terminar
formando un "trencadis". De esta forma le dábamos continuidad a la estética de la cocina, pero con un toque diferente (no apto para todos los gustos).
Metimos la lavadora, colocamos un armario de la misma serie que los de la cocina y pudimos dar por finalizada una de las etapas más complicadas (y la última) de la rehabilitación de nuestro piso. Ya no teníamos un piso viejo; ahora teníamos un dúplex-loft muy personal. Y reformado casi en su totalidad por nosotros mismos.
Saludos.
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