martes, 5 de mayo de 2015

Dando de alta el agua

   Tal y como sabréis los que seguís esta bitácora, en la casa no disponemos de agua corriente ni de electricidad, ya que ambos servicios los dieron de baja hace un año aproximadamente, cuando los señores que vivían en ella se fueron a vivir a una residencia de ancianos. Y cuando quisimos volver a darlos de alta, en las compañías que los controlan (monopolizan, más bien) nos exigieron cambiar totalmente todas las instalaciones, ya que están obsoletas. Esto nos suponía, como os podéis imaginar, un montón de faena y de dinero. Así que dejamos aparcado el tema, ya que para las primeras tareas que teníamos pensado realizar nos podíamos apañar con el agua del pozo (y de dos depósitos de 300 litros que estaban a medias), con un par de linternas y con la fuerza motora de nuestros brazos. Pero después de tres meses trabajando así, decidimos que había que agilizar la reforma y comenzamos el proceso para dar de alta estos servicios básicos.





   En el caso del agua teníamos que, además de pagar una pasta, colocar una caja para el contador (la de la foto de arriba, que es de hierro macizo y no veáis como pesa), ya que anteriormente no lo había: tenían un contrato antiguo de aforo, por el cual te cobran una cuota fija por una cantidad fija de litros de agua diarios, que suelen ir a parar a uno o más depósitos (de fibra de vidrio o de fibrocemento), desde donde se redistribuye por la casa, tirándose el sobrante. Es un sistema desfasado, pensado para una época en la que se producían numerosos cortes de agua en verano y era necesario tenerla almacenada. Así se pierde cantidad de agua limpia que va a parar al desagüe y, afortunadamente, ya no está permitido (aunque tolerado para los edificios que todavía lo tienen).

   Después de arrancar todas las conducciones viejas de plomo y cobre que existían en el interior de la casa, hablé con el fontanero, que me marcó el lugar donde quería que fuera la caja (ha de estar en el exterior de la vivienda para que puedan acceder fácilmente a ella los de la compañía). Con el taladro inalámbrico en su función de percutor y la broca más gruesa y larga perforé una línea de agujeros en los ladrillos de la pared que tenía que vaciar para empotrar la caja. Sobre estos agujeros comencé a picar con maza y escarpia hasta alcanzar la profundidad necesaria para colocarla.

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