La idea inicial de reformar el tejado consistía en levantar todas las tejas, impermeabilizar la superficie para eliminar las goteras y volver a colocarlas sustituyendo las que estuvieran rotas. En principio, todo este proceso no nos iba a afectar más allá de las molestias provocadas por el ir y venir por nuestro piso (que es desde donde se accede al tejado) de los albañiles. Pero, como podéis ver abajo, la cosa no salió como esperábamos.
Estuvimos comparando varios presupuestos, muy diferentes entre
ellos en cuanto a precios y ejecución, y al final nos decantamos por uno
de los más baratos, cuyo autor (el hijo del jefe) parecía que sabía lo
que se hacía. Y vaya si lo sabía.
Él ya se había
dado cuenta al subir a inspeccionar el tejado de que en el lado norte
(el que no se ve desde la terraza) había unos ligeros hundimientos que
(luego nos enteramos) eran sintomáticos de que algunas vigas estaban
podridas, rotas o había cedido la pared donde se apoyan. Lo cual suponía
que hacía falta una reparación más profunda que la que teníamos en
mente. Pero se guardó mucho de decirlo y nos hizo un presupuesto muy
ajustado.
La sorpresa vino (para nosotros) la
primera mañana que comenzaron a trabajar, cuando al apoyarse en una de
esas vigas se produjo un hundimiento mayor, se pararon los trabajos
debido al peligro y nos expusieron la nueva realidad: había que
desmontar todo el tejado y cambiar las vigas. Ya no valía el presupuesto
(más que en lo referente a la fachada) y trabajarían por horas. ¡Qué
miedo! Pero no quedaba otro remedio. Además, teníamos que vaciar la casa
de muebles y nos teníamos que ir de allí.
Era febrero, un mes que en el Mediterráneo suele ser fresco
pero estable, soleado y tal. Pues en cuanto desmontaron la parte norte
del tejado (donde había tres vigas podridas y la pared había cedido un
poco) se puso a llover. Pusieron un toldo enorme pero el viento lo
levantaba y entraba el agua en la casa. Varias veces fuimos el fin de
semana al piso (yo pasaba todos los días para controlar la obra y
apuntar las horas y la gente que estaba trabajando) y tuvimos que
subirnos en los andamios para ajustar el toldo que parecía una bandera
al viento o para vaciar las bolsas de agua que se formaban en él.
Encima, a finales de marzo nevó. Y todo esto con los cables eléctricos
colgando por todas partes, el contador de la luz medio arrancado debido a
un golpe que le habían dado y el piso lleno de escombros y material de
construcción. Porque los tíos, como era un piso viejo (y estaban
convencidos de que les terminaríamos contratando para reformarlo) no se
andaban con miramientos y tiraban desde los cuatro o cinco metros de
altura que había las rasillas o tejas rotas directamente contra el
suelo. Para muestra un botón:
Una película, vamos; algo parecido a "Esta casa es una ruina". Pero en la realidad. Finalmente, cambiaron las vigas de madera del lado norte por unas de hormigón, pero conseguimos que mantuvieran las originales del lado sur. Colocaron los machihembrados de soporte, impermeabilizaron y recolocaron las tejas que todavía servían, añadiendo las nuevas. Rehabilitaron la fachada y a los tres meses conseguí perderles de vista, no sin antes haber tenido unas cuantas discusiones con el hijo del jefe, que nos quería cobrar como el doble de las horas que habían metido realmente. Hasta insistía en cobrar un día en el que no trabajaron debido a un funeral al que asistieron. Menos mal que yo lo tenía todo bien apuntado y detallado. Y aún así nos salió la broma por más del doble de lo presupuestado inicialmente.
Debe ser la costumbre habitual entre los constructores de este país: presupuesto ajustado para conseguir la obra y precio final que dobla o triplica lo presupuestado.
Mañana más. Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario