Tal y como os dije ayer, las vigas originales de la parte norte fueron cambiadas por otras de hormigón, ya que tres de ellas estaban medio podridas y a punto de hundirse o quebrarse como consecuencia de muchos años de goteras y humedades. En el lado sur estaban bastante mejor, sólo una estaba podrida; el resto estaba relativamente bien. Así que convencimos al constructor para que éstas las dejara, ya que le daban un aire muy rústico al piso. Aunque él nos aseguraba que nos arrepentiríamos: había que tirarlo todo abajo y construirlo de nuevo con materiales modernos.
Aprovechando la grúa que colocó en su lugar las vigas de hormigón,
trasladamos una de las buenas del lado norte al sur, para suplir la que
había que reemplazar. Cuando quedó cerrado el tejado con el
machihembrado que serviría de base a las tejas y aprovechando los
andamios que había repartidos por la casa, nos pusimos manos a la obra.
Se trata de unos troncos de pino poco desbastados, que estaban
cubiertos con una especie de brea que supongo era la técnica de
principios del siglo XX utilizada para protegerlos de la humedad.
Algunos presentaban muchos agujeros de carcoma, sobre todo en las partes
que la madera estaba más húmeda, cerca de las paredes. Aunque parecían
vacíos y viejos, sin bichos dentro: no encontramos nunca ningún
montoncito de serrín que delatara sus actividades. Había que lijarlos
bien para eliminar la brea oscura y sacar el color del pino, luego
rociarlos con anticarcoma, aplicarles aceite o barniz y, finalmente,
estarían restaurados.
Al ser una decena de vigas,
lijarlas a mano no era muy práctico. Pero al tener la superficie llena
de nudos y de las irregularidades propias de los elementos naturales,
hacerlo con una máquina suponía un desgaste para ésta colosal. Y además
había que sostenerla a pulso. En el proceso nos cargamos nuestra primera
lijadora y dejamos tocada la siguiente (luego vendrían dos o tres más).
Pero recuperaron su cálido color rojizo y quedaron saneadas.
Inundar los miles de agujeritos con anticarcoma uno a uno resultaba imposible, así que optamos por envolver las vigas en plásticos (como se ve en la imagen superior) y rociarlas hasta la saturación. Luego cerramos herméticamente los plásticos con la cinta que estaba preparada ya y lo dejamos actuando durante unas semanas para que acabaran con los posibles bichos y sus huevos.
Tras este baño tóxico, las dejamos secarse unos días para aplicarles aceite de linaza, que absorbieron ávidamente. Podíamos haber puesto barniz, pero éste solamente forma una capa superficial de aislante y no hidrata la madera como hace el aceite. Y estas vigas, después de cien años puestas allí, necesitaban hidratarse para aguantar los próximos cien años más.
Hasta mañana.
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