Después de repartir la arena y gravilla por el piso, procedimos a colocar por todo el suelo un mallazo de hierro que, recubierto de mortero de cemento, le daría firmeza y estabilidad, evitando ulteriores movimientos de la gravilla. El mallazo consiste en una retícula de varillas de hierro que pueden tener distintos diámetros (entre 6 y 16 mms e incluso más) y tamaños (13 metros cuadrados o más) y se usa para formar encofrados y/o reforzar suelos, techos y paredes. Lo podéis encontrar en almacenes de construcción. Se corta fácilmente con una sierra radial y se pueden unir entre sí distintas piezas mediante alambres que aten las varillas. Hay que dejar una pequeña junta de dilatación con respecto a las paredes.
Extendido el mallazo por toda la superficie del piso procedimos a colocar unos testigos para echar la capa de mortero. Volvimos a utilizar el montante con el nivel encima (como en la entrada anterior) y pusimos trozos de rasillas
sobre las partes firmes del suelo (formado por vigas de madera y
bovedillas entre ellas), no sobre la arenilla, para obtener la
nivelación de todo él. Es importante que se hagan mediciones
longitudinales y transversales, para asegurarnos de que el nivel sea el
mismo en todas partes. Los testigos han de estar separados entre sí unos 50-70 cms.
Luego preparamos mortero de cemento y lo fuimos volcando con mucho cuidado
entre los testigos, formando unas líneas que los envolvieran pero sin moverlos de su sitio. Mediante un regle de madera o metal se unen los testigos de dos en dos y expulsamos el mortero sobrante hacia los lados. Así, formamos a lo largo de todo el piso unas líneas de cemento niveladas, separadas entre sí por medio
metro aproximadamente. Hay que tener en cuenta que el mortero ha de envolver el mallazo, cubriéndolo por debajo y por encima, por lo que lo separamos del suelo mediante trozos de rasillas, azulejos u otros materiales (como se aprecia en la foto superior).
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