martes, 29 de julio de 2014

Restauración de los suelos (5)

   Preparada la base de mortero y mallazo del nuevo suelo, el siguiente paso sería colocar un aislante acústico para reducir nuestros ruidos de impacto y amortiguar los de los vecinos. Según nos indicaron en los almacenes de construcción, lo que da mejor resultado son las placas de poliuretano, pero con un espesor de 10 a 14 cms, lo que nos elevaba demasiado el suelo y nos obligaría a recortar la puerta de entrada. Necesitábamos algo más delgado y denso, como los aislantes asfálticos, de alta densidad, que vienen en rollos de 15-20 m cuadrados y 5-7 mm de espesor. Se extienden por el suelo como si de una alfombra se tratase, cuidando de solapar unos rollos con otros y subiéndolos por la pared unos cms para conseguir un óptimo aislamiento (cosa muy difícil en un piso).






   Una vez colocada la alfombra acústica tocaba realizar un plano de la superficie de la casa para hacernos una idea espacial de las zonas que íbamos a cubrir con nuestras antiguas baldosas. La idea era recuperar y restaurar la mitad aproximadamente, para recolocarlas luego y así crear una serie de rectángulos formados por suelo hidráulico, que identificarían ámbitos diferenciados en el espacio abierto de nuestro loft: el salón, comedor, pasillo, etc. Todo ello unido entre sí por tablones machihembrados de madera (como los utilizados para el altillo) que darían al conjunto homogeneidad. No queríamos renunciar del todo al antiguo legado de nuestro piso (estas baldosas se fabricaban a principios del siglo XX) pero pensábamos darle un toque de elegancia y modernidad.

   Para ello, claro, teníamos que descartar una buena cantidad de las baldosas que habíamos levantado: tras cien años de uso y poco mantenimiento, una parte de ellas estaban demasiado estropeadas para ser recuperables. La obra que habíamos sufrido un tiempo atrás (ver entrada del 26 mayo 2014) había resultado para muchas la puntilla final. La mitad aproximadamente eran reutilizables, siempre que se las puliera un poco.

   Tras realizar una primera selección en la que descartamos directamente las peores, había que quitarles el mortero de cal que había quedado adherido a muchas de ellas. Esto lo hicimos por medio de una piqueta o de maza y cortafríos, golpeando con estas herramientas el canto de la masa a eliminar, con la baldosa puesta en posición vertical y con cuidado de no pegarle directamente a ella. Es relativamente sencillo, porque este mortero se deshace con facilidad y el suelo hidráulico es grueso y bastante resistente.

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