Establecidos los niveles, en cada agujero había que dejar la base donde se apoyarían las vigas bien firme y plana. Los huecos tenían entre 10 y 15 cm de profundidad. En ellos colocamos rasillas (ladrillos antiguos, delgados y macizos) o piedras lisas, fijadas con cemento. Una vez construida la base había que colocar las vigas.
Estas eran ocho, de pino macizo y medían 5 m de largo por 15 cm de
alto y 7 de ancho. Se han de colocar de manera que se apoyen sobre su
lado más estrecho ya que si las pones del canto más ancho soportan menos
las tensiones y se comban con facilidad. Hubo que esperar varias
semanas para disponer de unas vigas tan largas: en el almacén de madera
tenían hasta de 4 m, pero unas de 5 había que encargarlas expresamente.
Cuando nos las trajo el camión, entre dos amigos y yo (muchísimas gracias) las subimos por
el hueco de la escalera (es el segundo piso) y colocamos seis de ellas
en sus respectivos asientos. Por supuesto que alguno de los agujeros no
era lo suficientemente grande (ver las leyes de Murphy) y sobre la
marcha hubo que ampliarlo a fuerza de maza y cincel.
Las dos vigas restantes tenía que cortarlas en diversos trozos, más
pequeños y manejables, que se instalarían más adelante sobre el espacio
de la entrada y del tragaluz. Primero había que cerrar con cemento y
piedras los huecos de estos seis colosos, para fijarlas definitivamente.
En la foto superior veis como quedaron en la parte de la pared de piedra. El cemento colocado alrededor de las vigas se recubrió con monocapa y listo. Pero en la pared de yeso los agujeros eran mucho más grandes y requirió más tiempo su restauración. Abajo podéis ver un momento del proceso.
(Continuará)
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